Gustavo Faúndez Salinas.
Antropólogo Social (U. de Chile), MA Estudios de la Imagen (U. Alberto Hurtado), MSc Arte Forense e Identificación Facial (University of Dundee).
En un mundo altamente globalizado, el proverbio chino del “aleteo de las alas de una mariposa, que se puede sentir al otro lado del mundo”, resulta útil para visualizar cómo fenómenos que parecen ajenos a nuestras vidas cotidianas, ya no lo son tanto. Algunos sutiles, como la escasez de chips que elevan el precio de electrodomésticos, hasta otros mucho más evidentes, como el fenómeno migratorio. De hecho, este último, en conjunto con el desarrollo de las telecomunicaciones, han puesto en contacto directo a personas de distintas partes del planeta, ya sea presencial o virtualmente, transformando drásticamente las formas más básicas de comunicación humana, particularmente, en cuanto a la interacción cara a cara.
No es de extrañar entonces, que sea el rostro humano la piedra angular en el estudio de la comunicación interpersonal, toda vez que permite inferir rasgos característicos en las demás personas con quienes se interactúa (como su edad, género, cultura o etnia), así como obtener información respecto al estado de salud, emociones, intenciones y estados de ánimo. De hecho, esta habilidad (parte instintiva y parte aprendida), se desarrolla de acuerdo a la experiencia vital de cada persona en sociedad, siendo la base de los procesos de sociabilización.
Ahora bien, lo que diferencia al escenario actual con respecto a décadas anteriores, es que, en el pasado, las personas podían llegar a distinguir y reconocer elementos comunes, dentro del universo de rostros circunscritos a su vida cotidiana (incluyendo a sus vecinos, compañeros de trabajo, etc.), mientras que, en la actualidad, aquello es cada vez más difícil, pues la convivencia con personas de otras latitudes (presencial o virtual), ha aumentado exponencialmente. Más aún, tanto en su vida cotidiana, como a través de los medios de comunicación, las personas se enfrentan a múltiples tipos de rostros, con rasgos muy diferentes a los propios, y que requieren ser leídos para ser comprendidos. No obstante, aunque en un principio la dificultad para distinguir entre personas puede resultar agobiante, generándose prejuicios o valoraciones (de acuerdo a experiencias previas), poco a poco, la experiencia va permitiendo enriquecer el repertorio de rasgos y configuraciones conocidas, mejorando la habilidad para recordar rostros y reconocer identidades.
Por otra parte, es importante considerar también, que existen factores que afectan esa experiencia. De acuerdo con la psicóloga británica Vicki Bruce, entre los más significativos se reconoce la ventaja que tienen las personas que conforman un grupo humano, para reconocerse mutuamente (antes conocido como cross-race effect), muy frecuente en sociedades inmersas en procesos de inmigración. Dicho fenómeno, consiste en que los rostros de personas de similares características físicas (misma etnia o ancestría), son recordados con mayor frecuencia, que los rostros de personas provenientes de otros grupos étnicos, por lo que, nuevamente, el grado de convivencia con sus equivalentes de otras culturas, será fundamental en el desarrollo de dicha habilidad. Es más, los expertos aseguran que, efectivamente, la interacción prolongada genera empatía, reforzando la integración de nuevos rostros a la memoria, así como un mejor reconocimiento entre interlocutores.
En cuanto al ejercicio de la Justicia, el principal desafío respecto de cómo abordar la problemática de la diversidad de rostros y rasgos faciales, pasa por la completitud y precisión de los peritajes realizados en el campo de la comparación e identificación facial. En ese sentido, dada la evidente diversidad de rasgos y configuraciones faciales, es necesario que el perito interiorice y enriquezca constantemente su “vocabulario facial”, con el fin de distinguir o reconocer de manera eficaz, las diferencias o coincidencias entre dos o más rostros, independientemente de sus orígenes y/o contextos. Para ello, su formación debe incluir no sólo conocimiento anatómico de cabeza y cuello, sino que también, cierta formación respecto a las expresiones faciales, pues resulta esencial no confundir la localización permanente de algunos rasgos, con cambios pasajeros en su configuración producto de factores circunstanciales que alteren su apariencia, como aquellos derivados de las emociones o estado de salud. En ese sentido, si bien el análisis facial es posible gracias una estructura básica común a todos los rostros humanos, organizada a partir de un grupo de elementos o rasgos individuales ubicados, aproximadamente, en la misma posición dentro de la totalidad de la cara (ojos, nariz, boca, etc.), existen variaciones en cuanto a sus posiciones relativas.
Un ejemplo concreto de este tipo de peritaje, en que confluyen las variables de rasgos, expresiones, intervenciones, factores externos, es el ANÁLISIS FACIAL MORFO-COMPARATIVO a partir de fotografías o videograbaciones, cuyo fin es seleccionar capturas de distintos rostros, para luego compararlas con una imagen de referencia. Es importante tener en cuenta, además, que aun cuando un buen resultado pericial depende, en gran medida, de la calidad del experto, no es menos cierto que las características propias del registro audiovisual (iluminación, saturación, exposición, etc.) pueden llevar a distorsiones en las imágenes, alterando la captura de los rostros y, por tanto, perjudicando la validez de la comparación y sus resultados. De hecho, algo similar sucede con el empleo de inteligencia artificial (AI) en tareas de identificación, donde la evaluación caso a caso de las bases de datos es fundamental, pues de su amplitud depende la efectividad del algoritmo, el cual, al generar predicciones basadas en tendencias o acontecimientos pasados, es susceptible de error, ya que la realidad está siempre sujeta a lo impredecible y a la contingencia.
En consecuencia, tanto para este tipo de pericias, como para muchas otras dentro del ámbito antropológico, sólo a partir del conocimiento y estudio de la diversidad humana, así como de la revisión de los supuestos y procedimientos que yacen tras la introducción de nuevas tecnologías, el perito en identificación facial será capaz de superar, en conciencia y de manera crítica, los DOS FILTROS principales que enfrenta en su trabajo: los rasgos permanentes(ancestría, edad, etc.) y las expresiones o gestos (elevar las cejas, fruncir el ceño, etc.), para luego traducir sus hallazgos, desde el vocabulario visual, al lenguaje verbal en que se presente el informe pericial, el cual debe ser comprensible para fiscales, defensores y magistrados, con el fin de garantizar su aporte a la toma de decisiones en Tribunales.
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